EL SUEÑO DE PICASSOUna graciosa historia publicada en el diario me ha conducido a un auténtico descubrimiento. Hace poco un magnate estadounidense realizó la venta más cara de la historia del arte con una pintura de Pablo Picasso. Antes de desprenderse de la lámina decidió enseñarla por última vez a sus amigos. Y en esas estaba cuando de repente tropezó con algo y rompió la tela del cuadro. El inoportuno accidente frustró la venta de la obra. Lo primero que se le ocurrió decir al magnate después de ser consciente del estropicio fue: “Gracias a Dios he sido yo y no ninguno de vosotros”. Genial.
Si la historia es buena, el cuadro es todavía mejor. La imagen muestra el sueño placentero de una mujer que se encuentra recostada en un sillón. Las formas y colores pasan por la mirada del espectador dejando una caricia de sensualidad, una senda abierta que nos conduce al sueño de la modelo. La quietud física de la mujer contrasta con el torbellino de sentimientos internos que parece transmitir su gesto. La clave reside en las tres líneas cóncavas que nacen en la parte izquierda del cuadro y desembocan en los tres puntos sensibles del cuerpo retratado. La primera línea comienza en la puerta verde que sirve de fondo, continúa transformándose en nariz y muere en unos labios que parecen estar concentrados en sí mismos. La segunda curva emerge desde el cabello, deja una caricia en el cuello con forma de collar y se prolonga por la blusa hasta llegar a un pecho esférico y descubierto. La tercera línea se desliza por el brazo de la modelo y se convierte en tacto por medio de unos dedos que se esconden en los contornos de un sexo oculto. No cabe duda de que la mujer está teniendo un sueño húmedo. Picasso nos hace llegar la transpiración de la modelo, nos transmite el leve temblor de su cuerpo y nos introduce en el misterio de una sexualidad que debemos imaginar. Puro erotismo. El juego de colores también refleja el aumento de temperatura que está experimentando la mujer. El rojo ardiente del sillón simboliza el deseo que envuelve el sueño, la nube pasional que recorre sus entrañas. El despertar de la libido se puede observar en el cuerpo donde existe un contraste entre colores fríos (que se suelen situar en la parte izquierda) y colores cálidos (que aparecen en la parte derecha y otros en puntos estratégicos como en el rojo que baja por el cuello o en el azul oscuro que cubre todo el vientre). De esta forma, el espectador se convierte en espía de la excitación de la mujer, y, por tanto, en su cómplice. Tiene una parte de su intimidad, un trozo de su secreto.