Cada Viernes, con la ilusión que despierta el no tener que madrugar, salimos a la calle con el ánimo reforzado y el espíritu revuelto, con la sensación de haber superado el tedio que daña nuestra espalda y ese vació convertido en precipicio por los cinco días de la semana. Pero, por suerte o por desgracia , antes o después, siempre llegamos al bar que pese a su rutina tiene el poder grandilocuente de lo inesperado; una, dos, tres cervezas, los amigos, las amigas, de repente una risa, una buena conversación, y por fin el milagro: inesperadamente como un sol naciente, nos invade la sencillez, la libertad que perdemos lunes si y otro también, y llega la transformación, ingenuos adolescentes que con la fluidez de la palabra convertimos lo insignificante en rebelión, los abrazos en amor, y el respeto en admiración. ¿ Por qué solo los viernes? Que maravilla engendra este día, o mejor dicho, cuanta desidia acumulada que revienta en libertad.
Este preludio de sensaciones convierte al hombre de viernes y sábado noche en ser ingenuo, incapaz de reflexionar, perdido en una marea de sensaciones que nada tienen que ver con la realidad. Por eso una y otra vez se repite la misma historia ¿Quién cojones nos ha mal enseñado a los feos o medio feos a que se debe ligar en los bares los viernes o sábados por la noche?. Basta ya! Los viernes y los sábados, los bares y las discotecas con miles de WoLtios y Watios, están preparados para los alto, los morenos, los de ojos verdes, los de los dientes blancos y perfilados, para los de los coches buenos, para los de mirada fija y a la vez vacía, para ellas las que por costumbre o casualidad ese día llenan el bar. El resto, salvo error o día extremadamente afortunado, no jugamos y si jugamos, nos equivocamos porque nuestros días son otros, días que por falta de reflexión no nos atrevemos a vulnerar.
Aprendamos a querer, nos falta improvisación, capacidad de sorprender; la mujer u hombre que entra a un bar un viernes o sábado noche, sabe por naturaleza que es el momento de mirar, de expresar sentimientos, es el momento de no pensar y tirar para adelante. Es más, el ardor de la noche, el furor del alcohol acompaña este momento, y todo ello supone que cualquier acto de valentía amorosa por alguno de nosotros es más que previsible, carente de valor a pesar del esfuerzo que conlleva acercarse a alguien y decirle ¡ que ojos tienes!.
Alguien ha valorado que el mismo sacrificio tiene doble recompensa un MARTES AL MEDIODÍA. Y no es porque lo diga yo, sino porque lo inesperado, sorprende, porque lo fuera de contesto se convierte en real, porque el cariño de un ser sereno no es el mismo que el de un bar borracho, y porque el Martes, pese a quien puede ser un Gran Martes. El ser humano, está acostumbrado a que todo le pase a la misma hora en el mismo momento y lugar: El lunes me levanto, me voy a trabajar, como, duermo la siesta, vuelvo a ir a trabajar, ceno, veo la tele y finalmente vuelvo a dormir. Por eso, ¿es que no nos damos cuenta?, que pasa el Martes, ese martes sereno ¡normal!, en el que de pronto a la hora de la siesta ¡normal! Llaman al telefonillo de tu casa, y te dicen: - hola soy David puedes bajar un momento; - Para que; - tengo que decirte una cosa; - hola que te pasa; -Nada, únicamente que si no veía tus ojos me muero.
(Un texto de Davíd Gandía)
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