Retratos 2. Los griegos dividieron el arte en tres ramas: arquitectura, escultura y pintura. Olvidaron la metacreación: la capacidad de alcanzar lo sublime con un comentario, un gesto o una breve representación que alcanza su cenit nada más nacer y que luego desaparece sin dejar forma recuperable. Los griegos olvidaron a Marco, artista de lo efímero cuyas obras cuelgan de los recuerdos de unos pocos y privilegiados testigos. Nadie sabe bien de dónde proviene su pulso creativo. Algunos apuestan por la genética y apuntan a su condición de primogénito dentro de una estirpe con sangre de dibujo animado. Otros destacan su faceta de equilibrista de la vida y hablan de su época de repartidor de pizza en mountain bike, de sus días como vendedor de termómetros para perros, de su récord mundial de mudanzas… Hay también quién afirma que su musa debe buscarse en el cachondeo, un universo que ha peinado hasta conocer todos sus recovecos, tesoros, atajos y abismos. Sea cual sea su fuente de inspiración, lo cierto es que observa la realidad desde una perspectiva diferente de la del resto de los mortales. Sabe ver lo que merece realmente la pena y, también, lo que está completamente vacío; y de ahí que a veces se meza bruscamente entre la ilusión y el escepticismo. Ha pronosticado cientos de veces un inminente apocalipsis pero también la llegada de una nueva era en la que todo estará interconectado y en la que el cerebro humano conocerá un nuevo y decisivo desarrollo. Si sus pronósticos se cumplen, estoy seguro de que en el futuro los pobladores del planeta tierra desempolvarán sus huesos y mostrarán su cráneo como el eslabón perdido entre el antiguo homo sapiens y el nuevo homo holograma.