PLURINOMIO

11/09/2006

 
EL DIVAN DE AMALFITANO 4
Recuerdo su aparición como si estuviese viendo una fotografía en la que todo está en blanco y negro menos su pañuelo lleno de colores. La noche anterior había pasado a la velocidad de la luz, como un instante en el que no hubo tiempo de coger la almohada. La culpa era mía, tenía que haber previsto los peligros que entrañaba juntar al Pepico y al nene en una misma fiesta; un cóctel explosivo. Cuando ella apareció, nosotros ya llevábamos dos horas tomando cañas en la Filmoteca, un lugar muy poco apropiado para continuar la farra. Todo alrededor era bruma, el cansancio que teníamos, las conversaciones retóricas de los cinéfilos, el humo de sus pipas… Charline llegó como una brisa de claridad, como un trazo preciso en una mancha de color. Nos miró y se puso a reír. Debió de hacerle gracia nuestras desgastadas caras, o la forma abrupta y chillona con la que hablábamos, no sé, el caso es que se quedó mirándonos con sus ojos llenos de brillo y con unos labios que dibujaban una mueca de sorpresa. Desde el principio supe que tenía algo especial. En su rostro, la extrema belleza colindaba con un ademán de fealdad, con una asimetría singular. Pero sobre todo, se notaba que tenía vida, un torrente de vida. Sus iris parecían nenúfares de juventud que flotaban sobre unos ojos extremadamente líquidos y coquetos. Llevaba poco tiempo en Madrid (apenas hablaba español) y tenía unas ganas inmensas de conocer la ciudad, sus barrios, sus bares, sus gentes. Y ahí entramos nosotros, como tres pícaros españoles que estaban dispuestos a enseñarle por dónde corrían las venas de la ciudad.



La encumbramos como nuestra Diosa y le dijimos que llevábamos todo una eternidad esperándola, que la habíamos buscado por todas partes, que habíamos rezado por su pronta aparición. Ella dijo que se había demorado un poco en el camino, pero que lo importante es que había llegado. Ahora, continuó, es el momento de pasárselo bien. Y eso hicimos, pasárnoslo como enanos.

Pedimos una ronda de birras y el camarero de la filmoteca nos miró con cara de perro, con su cara de perro, con un rostro que en su variante amable era un bulldog y en su versión dura, un puto pitbull. Eso sí, también era el puto amo tirando cañas, un profesional que servía las mejores cervezas de Madrid. Brindamos por la llegada de Charline y dimos por inaugurado el cuarteto. Luego tocamos de un lado a otro, exprimimos el delirio hasta sacarle la pulpa, hicimos de funámbulos por las barras de otros bares, nos paseamos por el inconciente urbano y nos despertamos fuera de las manecillas del reloj. Charline bailó con nosotros. A su manera, claro. A veces, acaparaba todos los focos, convirtiéndose en protagonista de nuestra danza; en ocasiones se difuminaba silenciosamente y se quedaba suspendida en aire; otras veces desaparecía sin decir nada, dejando un halo de misterio en el hueco vacío de su ausencia. Pero al final siempre acababa volviendo, con destellos de risas y suaves abrazos.
Los tres acabamos enamorados de ella. Y, claro, le pedimos matrimonio, le dijimos que nos queríamos casar con ella, crear una enorme descendencia, un ejército de hijos que la tuvieran como Reina Madre. Charline se quedó en silencio y estuvo pensando qué podía contestar ante semejante proposición. Finalmente, abrió la boca y dijo, con la ternura de quién se está asomando a nueva lengua y todavía no la domina, que el acto de comunión que le estábamos proponiendo no podía llamarse matrimonio. Luego pronunció, con acento francés de terciopelo, una extraña palabra que se quedó resonado en mi cabeza como un concepto trémulo, confuso y revelador. PLURINOMIO.

Comentarios:
Lucas, no se si Madrid haya escuchado la cadena de carcajadas que me robo la lectura de la Diosa. fue genial! ja ja ja JA Risas
 
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