AQUELLAS TARDES DEL VERANOLa mujer impasible mira su cerveza en mitad de una esquina del verano. Los 35 grados no le asustan y permanece desafiante en la terraza. La mujer impasible no suda y hace 7 años de la última vez que lloró. Sus pies calzan dos zapatos blancos, dos tacones afilados. Ahora está recreando el sonido de sus pasos en el interior de su cerebro. Su mano sujeta con delicadeza la copa, sólo un instante para besar la espuma. Saborea el frescor en sus labios. La mujer impasible mira a todos los viandantes. La mayoría turistas, a estas terribles horas del día. Su cuerpo está limpio. Su piel es una nube suave. Su pelo reluce más que el sol. Nunca una mirada vacía tuvo tanto contenido. La mujer impasible observa el caminar de los viandantes. No soporta a las personas que andan con paso cansino. La gente cree que se aprende a andar a los 2 años de edad, cuando en la realidad nunca se termina de aprender, dice para sus adentros. La mujer impasible es extremadamente firme en su belleza e inflexible en sus convicciones.