Una canción de Reincidentes. Unos melenudos saltando. Y mi corazón que se enternece. Por un instante, lo veo todo claro. La injusticia, quienes son los buenos, donde están los malos, lo superficial, las necesidades creadas, y, claro, también la guerra de Irak, la jodida guerra de Irak. En ese momento, solo quiero embriagarme, abrazar a los melenudos que me acompañan, besar a linda muchacha de la camiseta del Che Guevara, despertarme en un piso con olor a hierbabuena y donde Silvio se escuche a lo lejos, siempre a lo lejos. Y por supuesto, que la canción de Reincidentes no acabe nunca, Esta tierra es poderosa, qué verdad más absoluta. Pero acaba. Y los melenudos se van a ponerse tibios de ron con cocacola. Sí, cocacola. Ya sé… la guerra de Irak, pero cocacola. La linda muchacha, con sus pezones clavados en los ojos del Ché, se marcha en búsqueda de un chico guapo que tenga un toque zen. Y en el piso donde Silvio suena a lo lejos, siempre a lo lejos, hay un cuarto de baño mugriento, que hace tres años que no se limpia como dios manda. Desde que Dios ha muerto ya no hay quien limpie el retrete como es debido. La canción de reincidentes acaba y todo se vuelve opaco. Ya no sé quiénes son los buenos, ni donde habitan los malos. De acuerdo, la guerra de Irak resiste como injusticia inquebrantable. Todos estamos en contra. Pero también todos brindamos con tubos repletos de cocacola. Así que, por favor, poned a la Velvet, a los Ramones, agitad vuestras cabelleras, y dejad el veneno de la revolución para tiempos menos hipócritas.
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