COMO SI TAL COSA
Desde hace unos años en Madrid se ha puesto de moda ponerse pelucas en fechas navideñas. La gente pasea por el centro de la ciudad, compra pelucas de colores llamativos en la Plaza mayor, y sigue paseando con sus cabelleras de plástico. No termino de entender el fenómeno. Veamos. No se trata de borrachos que, en mitad de su cachondeo, se enfundan pelucas como un acto de guerra (la noche, el ciego, siempre han tenido algo bélico). Tampoco son grupos de adolescentes que se disfrazan para hacer gala de su rebeldía o de su pavo, ni grupos de amigos que están celebrando una despedida de solteros. Son familias (parejas paseando a su hijo o madres que rozan la cincuentena que caminan con sus hijas de veintitantos) que compran esas melenas fucsias o azulonas, y prosiguen su caminar como si todo siguiese igual. No parecen especialmente contentos, ni dan la impresión de querer reivindicar una afición carnavalesca. Simplemente pasean con pelucas como si fuese lo más normal del mundo. De hecho, como esta práctica se ha convertido en una moda, ni siquiera llaman la atención. Es como si un día llegaras a la oficina, y de repente observases que la mitad de tus compañeros llevan peluca y que todos (incluidos los que no están disfrazados) actuasen del modo más normal del mundo.
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