COMO SI TAL COSA
Desde hace unos años en Madrid se ha puesto de moda ponerse pelucas en fechas navideñas. La gente pasea por el centro de la ciudad, compra pelucas de colores llamativos en la Plaza mayor, y sigue paseando con sus cabelleras de plástico. No termino de entender el fenómeno. Veamos. No se trata de borrachos que, en mitad de su cachondeo, se enfundan pelucas como un acto de guerra (la noche, el ciego, siempre han tenido algo bélico). Tampoco son grupos de adolescentes que se disfrazan para hacer gala de su rebeldía o de su pavo, ni grupos de amigos que están celebrando una despedida de solteros. Son familias (parejas paseando a su hijo o madres que rozan la cincuentena que caminan con sus hijas de veintitantos) que compran esas melenas fucsias o azulonas, y prosiguen su caminar como si todo siguiese igual. No parecen especialmente contentos, ni dan la impresión de querer reivindicar una afición carnavalesca. Simplemente pasean con pelucas como si fuese lo más normal del mundo. De hecho, como esta práctica se ha convertido en una moda, ni siquiera llaman la atención. Es como si un día llegaras a la oficina, y de repente observases que la mitad de tus compañeros llevan peluca y que todos (incluidos los que no están disfrazados) actuasen del modo más normal del mundo.
Una mosca. Una mosca y un papagayo. Una mosca, un papagayo y un elefante rosa. Todo eso pasa por mi cuaderno gris. Estoy tumbado en la nieve. Tomé la carretera de Burgos. Luego giré a la izquierda, dirección Pinilla. Subí con mi SEAT IBIZA, último modelo, hasta el final de la carretera. Ya sabéis todos que me encanta el vino tinto. Hace mucho frío aquí en la nieve. Y llueve. No sé por qué no nieva. Mi cuaderno gris. Una mosca y un papagayo. El elefante rosa ha desparecido. Llueve en la nieve. Me comería un cordero pero no puedo separarme del cuaderno gris. El papagayo ha desaparecido. Sólo queda la mosca y su zumbido.
Leo en la contraportada del “El pais” : “Mi curiosidad es superior a mi profundidad”. Es una frase de Daniel Divinsky, editor de Mafalda. En realidad creo que es lo que nos pasa a todos últimamente. Somos muy curiosos y muy poco profundos. Ya casi nadie lee novelas de más de 500 páginas. Es el efecto de la interconexión, de internet, del exceso de información. Nos movemos entre nenúfares, saltando de un fragmento a otro, sin posibilidad de continuidad. Se acabó el principio, el desenlace y el fin. Lyotard lo denominó, en los años 70, como “la crisis del metarrelato” y acuñó el término de “posmodernismo”. Es algo parecido a lo que le pasa a los niños pequeños. Son muy curiosos y muy poco profundos. Se encaprichan de una cosa, y a los cinco minutos ya se han olvidado de su juguete. Necesitamos estímulos diferentes constantemente. Y si eso nos pasa a nosotros (que vivimos entre Gutenberg y Google), imaginad cómo serán las nuevas generaciones. La mente humana está cambiando.
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